En
nuestra anterior entrega buscamos las
semejanzas entre el diagnóstico de los
males de España que hace Podemos en la actualidad y el que en su día hizo la
Falange joseantoniana. Como vimos, ambas formaciones denuncian que en el
corazón de dichos males se halla un orden político y económico injusto que ha
puesto los resortes del Estado al servicio de los intereses de unos pocos: la
casta. Hoy pretendemos ir un paso más allá, examinando las propuestas que ambas
formaciones plantean como remedio de dichos males. Y aquí, como veremos, las semejanzas tampoco son magras.
Si, según
dijimos, los males que afligen a España tienen su origen en un orden económico
y político injusto, el remedio pasará necesariamente por subvertir o transmutar
ese orden. Es decir, ambas formaciones han de presentarse como una alternativa
a la viciada democracia liberal y al capitalismo desenfrenado.
Aunque una
mirada superficial hiciese pensar que la alternativa política que presentó en su día la
Falange es diametralmente opuesta a la que hoy en día presenta Podemos, un
análisis más profundo hace que lo que en principio parecían perfiles nítidos
empiecen a difuminarse. Veamos, pues.
Como señalamos, tanto Falange como Podemos consideran agotado e insuficiente el actual
marco político, siendo baldío cualquier intento de reformarlo o reconstruirlo.
Hay que crear uno nuevo y la tarea apremia, pues si ellos no lo hacen serán
otros quienes lo hagan en beneficio propio. José Antonio lo expuso así:
Hace falta estar ciego para no ver cómo está crujiendo toda la estructura política y económica del mundo capitalista y cómo cada día se perfilan mejor las dos únicas soluciones, y soluciones revolucionarias: la dictadura del proletariado o el Estado Nacional, que ejecute justicia social y dé una tarea colectiva al pueblo. No hay otra salida, guste o no. Los parches, los remiendos, las monsergas contrarrevolucionarias no conducen sino a confesar la revolución antinacional.[1]
Y en el
documento pre-borrador de la ponencia política de Podemos puede leerse una idea
similar planteada también en los mismos términos antagónicos:
Seguramente la disyuntiva política estratégica hoy está entre la restauración oligárquica o apertura democrático-plebeya, posiblemente en un sentido constituyente[2]
Así
las cosas, se hace necesario “un orden nuevo”[3],
“una voluntad popular nueva para el cambio político en favor de las mayorías
sociales”[4].
Y, para ello, es imprescindible poner el Estado en manos de personas idóneas
que encaminen su proa hacia ese nuevo horizonte.
El advenimiento
de este nuevo orden ha de ser eminentemente revolucionario y oportunista, dado
el carácter minoritario de ambas formaciones. Creo que a nadie se le oculta que
tanto Falange como Podemos son la
iniciativa de un pequeño grupo (La
revolución es la tarea de una resuelta minoría, afirmará José Antonio[5])
y cuentan con un apoyo escaso comparado con los medios materiales y humanos de
los partidos en el poder (conviene no olvidar que Podemos obtuvo solo un 8% de
los sufragios en las pasadas elecciones). Por tanto, si quieren sacar adelante
sus propuestas radicales de cambio político y socio-económico, han de
aprovechar la ocasión para hacerse con el control del Estado e iniciar la
transformación desde arriba.
Para
ello (y aquí podemos encontrar otra concomitancia) ambas formaciones van a
echar mano de las experiencias internacionales exitosas de su tiempo. En el
caso de la Falange, el referente de su “revolución nacional” es fascismo
italiano (no olvidemos que José Antonio tenía en su biblioteca un retrato
firmado de Mussolini y que prologó la edición de su obra, El Fascismo, en España). Mientras que en el caso de Podemos la
“hora de la gente” está inspirada en el socialismo latinoamericano, sobre todo
en la “Revolución Ciudadana” de Correa en Ecuador y en la “Revolución Bolivariana” de Chávez en
Venezuela[6]
(Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón fueron asesores del
gobierno de éste último país a través de la
Fundación CEPS[7],
y basta echar un vistazo a la página web de dicha fundación para ver hasta qué
punto la experiencia latinoamericana ejerce sobre ellos una poderosa influencia).
Quizá
pueda objetarse, a tenor de lo dicho, que existe una gran diferencia en el cómo
a la hora de aupar a los idóneos al poder, entre la antidemocracia declarada de
Falange y la pretendida democracia de Podemos. Pero otra vez nos encontramos
con que esta diferencia no es tan grande, sino más bien aparente pues, aunque por caminos divergentes,
sus metas confluyen:
El recorrido hacia la conquista del Estado de Falange se sitúa a medio camino entre
la búsqueda de la ocasión precisa y el uso de la fuerza si fuese necesario,
provenga esta de sus propias milicias, del ejército o de la combinación de
ambos, tal y como lo expresó su líder en el discurso fundacional:
Pero no saldrá de ahí nuestra España ni está ahí nuestro marco [el parlamento]. Esa es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. [...] Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo y, en lo alto, las estrellas.[8]
Y una
vez que se ha conseguido esto, se implantará un Estado totalitario que vertebre
ese nuevo orden, según
reza en la Norma programática redactada en noviembre de 1934[9]:
6. Nuestro Estado será un instrumento totalitario al servicio de la integridad patria. Todos los españoles participarán en él a través de su función familiar, municipal y sindical. Nadie participará a través de los partidos políticos. Se abolirá implacablemente el sistema de los partidos políticos con todas sus consecuencias: sufragio inorgánico, representación por bandos en lucha y Parlamento del tipo conocido.
Podemos,
en principio, también aspira a una búsqueda oportunista del poder. Y aunque
propugne la participación democrática para conseguirlo (de hecho en su asamblea
puede participar “cualquiera que muestre
su predisposición a hacerlo”[10]),
lo hace quizá no tanto convencido de lo idóneo de este método como disuadido de
usar otros, pues la todavía sólida cimentación del Estado, tanto en el interior
como en el exterior, “imposibilita tanto las hipótesis insurreccionales como
las deconstrucción de contrapoderes “por fuera” de la estatalidad.”[11]
Así
mismo, esa apariencia democrática no oculta que, en realidad, como
acertadamente ha señalado Marat en un interesante artículo sobre la
organización de Podemos[12],
es una formación eminentemente oligárquica. Del mismo modo que tampoco oculta
que el fin último que persigue no es un gobierno que gestione las aspiraciones
de los gobernados, sino una “reforma constituyente” que amolde las
instituciones a las nuevas metas de esa oligarquía[13],
pudiéndose llegar a convertir el programa del partido en la nueva constitución,
cosa que Iñigo Errejón, veía con buenos ojos en Venezuela.[14]
Así las cosas, el resultado
final de unos y otros no dista mucho: Un Estado controlado por la nueva
oligarquía que dice estar al servicio de la Patria o del Pueblo; es decir, una
suerte de nuevo despotismo ilustrado en el que todo se hace en nombre del
pueblo (entendido como la visión fenotípica que la oligarquía revolucionaria
tiene del sustrato de una nación), pero procurando que éste entorpezca lo menos
posible ese quehacer revolucionario con su participación, pues es maleable y
susceptible de ser ganado por la contrarrevolución.
Una
vez transmutado el orden político, y conseguidas las riendas del Estado, es el
momento de transmutar el orden económico para poner la economía al servicio de la
política, en lugar de la política al servicio de la economía.
A
este respecto cabe decir que ambos grupos coinciden en poner coto a los
excesos del capitalismo, pero no abogan por su desaparición ni plantean un modelo
alternativo. Así, Podemos aboga en su
programa por poner coto a las grandes corporaciones y apostar por la “promoción
del protagonismo de la pequeña y mediana empresa en la creación de empleo”[15]. Es
decir, bajo este enunciado subyace la idea de que el verdadero problema no es
la iniciativa empresarial, sino el gran capital rentista, algo que José Antonio
se expresó en términos muy parecidos:
Muchas veces, cuando yo veo cómo, por ejemplo, los patronos y los obreros llegan, en luchas encarnizadas […] pienso que no saben los unos y los otros que son ciertamente protagonistas de una lucha económica, pero una lucha económica en la cual, aproximadamente, están los dos en el mismo bando; que quien ocupa el bando de enfrente, contra los patronos y contra los obreros, es el poder del capitalismo, la técnica del capitalismo financiero. Y sí no, decídmelo vosotros, que tenéis mucha más experiencia que yo en estas cosas: cuantas veces habéis tenido que acudir a las grandes instituciones de crédito a solicitar un auxilio económico sabéis muy bien qué intereses os cobran, del 7 y del 8 por 100, y sabéis no menos bien que ese dinero que se os presta no es de la institución que os lo presta, sino que es de los que se lo tienen confiado, percibiendo el 1,5 ó el 2 por 100 de intereses, y esta enorme diferencia que se os cobra por pasar el dinero de mano a mano gravita juntamente sobre vosotros y sobre vuestros obreros, que tal vez os están esperando detrás de una esquina para mataros.[16]
Además de la promoción del trabajo autónomo, otro de
los pilares del cambio económico propuesto por Podemos, y que abunda en lo
expuesto anteriormente (es decir, la distinción entre capital productivo y
capital rentista) es llevar a cabo una “auditoría
ciudadana de la deuda”, que determine la justicia o injusticia de las
deudas contraídas y el impago de estas última. Es decir, la deuda se considera
legítima si ha sido contraída para mejorar las condiciones económicas del país,
pero no si ha sido especialmente diseñada para enriquecer exclusivamente al
capital rentista en detrimento de esas condiciones económicas.
Dejar de pagar la deuda, considerado por numerosos economistas como una aberración,
no es algo muy distinto de una de las propuestas estrella del falangismo, que
incide en esa dicotomía entre capital productivo y capital rentista: El impago de la renta por quienes
cultivan la tierra. Así lo expresó José Antonio:
El capitalismo rural consiste en que, por virtud de unos ciertos títulos inscritos en el Registro de la Propiedad, ciertas personas que no saben tal vez dónde están sus fincas, que no entienden nada de su labranza, tienen derecho a cobrar una cierta renta a los que están en esas fincas y las cultivan. Esto es sencillísimo de desarticular, y conste que al enunciar el procedimiento de desarticulación no formulo todavía un párrafo programático de la Falange; el procedimiento de desarticulación del capitalismo rural es simplemente éste: declarar cancelada la obligación de pagar la renta. Esto podrá ser tremendamente revolucionario, pero, desde luego, no originará el menor trastorno económico; los labradores seguirán cultivando sus tierras, los productos seguirán recogiéndose y todo funcionaría igual.[17]
Otro
pilar básico de la nueva orientación económica que el programa de Podemos pone
de manifiesto es la “reorientación del sistema financiero para
consolidar una banca al servicio del ciudadano”, que obedece al mismo fin y
va de la mano con la “recuperación del control público en los
sectores estratégicos de la economía”. Pues bien, no hace falta nada más que
echar un vistazo a la Norma programática
de la Falange, de noviembre de 1934 para apreciar cómo la esencia de ambas
propuesta se halla allí plasmada:
12. La riqueza tiene como primer destino –y así lo afirmará nuestro Estado– mejorar las condiciones de vida de cuantos integran el pueblo. No es tolerable que masas enormes vivan miserablemente mientras unos cuantos disfrutan de todos los lujos […]
14. Defendemos la tendencia a la nacionalización del servicio de Banca y, mediante las corporaciones, a la de los grandes servicios públicos.[18]
Finalmente,
otro de los puntos del programa de Podemos que más chispas han hecho saltar
entre los economistas defensores del status quo es el “derecho a una renta básica
para todos y cada uno de los ciudadanos por el mero hecho de serlo”, que no
es sino un medio de hacer efectivos los derechos teóricos, cosa ya preconizada
por José Antonio en el discurso fundacional de Falange:
Queremos que no se canten derechos individuales de los que no pueden cumplirse nunca en casa de los famélicos, sino que se dé a todo hombre, a todo miembro de la comunidad política, por el hecho de serio, la manera de ganarse con su trabajo una vida humana, justa y digna.[19]
Y que siempre tuvo presente:
Esto es precisamente lo que debiera ponerse a hacer España en estas horas: asumir este papel de armonizadora del destino del hombre y del destino de la Patria, darse cuenta de que el hombre no puede ser libre, no es libre si no vive como un hombre, y no puede vivir como un hombre si no se le asegura un mínimo de existencia, y no puede tener un mínimo de existencia si no se le ordena la economía sobre otras bases que aumenten la posibilidad de disfrute de millones y millones de hombres.[20]
Siguiendo
con esa idea de que la política está para poner al Estado al servicio de los
ciudadanos, y no a la inversa, otra de las propuestas de Podemos, en sintonía
con las de Falange, es la de hacer de la cultura y la educación un bien
público, y no un negocio privado. De este modo, Podemos preconiza la “garantía
del derecho al conocimiento, la formación académica y una educación pública,
gratuita, laica y universal…”, que en lo fundamental coincide con lo expresado por la Falange en su
Norma Programática:
24. La cultura se organizará en forma de que no se malogre ningún talento por falta de medios económicos. Todos los que lo merezcan tendrán fácil acceso incluso a los estudios superiores.[21]
Quizá habrá quien diga que una
educación laica está en la antítesis del pensamiento joseantoniano. Ahora bien,
quizá una cosa es que el espíritu católico deba permear la acción educadora y
otra que esta sea patrimonio exclusivo de los eclesiásticos. Al respecto puede
leerse en los Puntos iniciales aparecidos en diciembre de 1933:
Tampoco quiere decir que el Estado vaya a asumir directamente funciones religiosas que correspondan a la Iglesia, ni menos que vaya a tolerar intromisiones o maquinaciones de la Iglesia, con daño posible para la dignidad del Estado o para la integridad nacional.[22]
Finalmente,
y salvando las distancias, también la
“garantía del derecho a una vivienda digna” que ampara al Estado para
expropiar las viviendas de los bancos está en sintonía también con otra de las
propuestas falangistas:
21. El Estado podrá expropiar sin indemnización las tierras cuya propiedad haya sido adquirida o disfrutada ilegítimamente.[23]
A tenor de todo lo expuesto, que
no es poco, creo que no es descarriado decir que tanto Podemos como la Falange
comparten una visión muy similar del momento político en el que se encuentran y
del papel que han de desempeñar. Comparten, por así decirlo, una concepción cuasi mesiánica de la
política que les lleva a proclamar, tras escrutar el signo de los tiempos y llegar
a similares conclusiones, que el momento ha llegado, que la siega se acerca y
que ellos son los encargados de empuñar la hoz del nuevo Estado, instrumento
indispensable para acometer el cambio que hará de nuestra desgraciada España
una tierra donde brote leche y miel. Tal es, esencia, la fe que ambos comparten.
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