viernes, 25 de enero de 2013

Jesús de Nazaret y el Financial Times



El pasado 19 de diciembre el obispo de Roma, Joseph Ratzinger, escribió un artículo en el diario económico Financial Times, considerado por muchos el oráculo de las élites financieras mundiales. No fueron pocos quienes de forma sincera o impostada se escandalizaron porque Benedicto XVI hablase de Dios, con tono amable, entre quienes han encumbrado el dinero a los altares. Hubiesen preferido, sin duda, que hubiese comenzado su escrito llamándoles raza de víboras [Mt 3,7 ] o que hubiese pedido, como hicieron ya los Zebedeos, que cayese sobre ellos fuego del cielo [Lc 9,54]

En cierto modo no les falta razón, pues son de sobra conocidas las expeditivas palabras de Jesús en las que considera más sencillo que un camello entre por el ojo de una aguja que el que  un rico entre en el Reino de Dios [Mc 10,25-25]; o esas otras en las que sentencia que no se puede estar al servicio de Dios y del Dinero, pues amar a uno significa despreciar al otro [ Mt 6,24].  


Ahora bien, conviene también recordar que Jesús de Nazaret jamás rehusó el trato cordial con publicanos y pecadores.  Así, cuando Mateo ofreció un gran banquete en honor a Jesús, éste no rechazó la ocasión de compartir mesa con gente que atesoraba grandes sumas de dinero de dudosa procedencia. Precisamente ante el reproche de los fariseos, les dejó claro que  no son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos  y que él no venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan [Lc 5,29-32]. Y supongo que coincidirán conmigo en que las páginas del Financial Times no es mal sitio desde el que llamar a un buen puñado.

A pesar de lo dicho,  tengo la impresión de que el artículo de Benedicto XVI parece ir dirigido más a fariseos que a publicanos. Concretamente a los nuevos fariseos, a los nuevos doctores de la ley que, buscando sorprenderle en su respuesta,  invitan veladamente al máximo representante de la jerarquía católica a contestar a una pregunta similar a la que en su día hicieron a Jesús: ¿Es legítimo el Estado nos sangre con constantes impuestos? Si el Papa afirma que sí, entonces es un estatista confeso; si responde que no, se declara abiertamente partidario de las recetas liberales. La respuesta de Benedicto XVI es la misma que la que ofreció Jesús de Nazaret: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios [Mt 22,15-21].

Y es que como el mismo Ratzinger pone de manifiesto, la respuesta de Jesús nos pone sutilmente en guardia contra los intentos de politizar la religión y de divinizar el poder temporal, así como la insaciable búsqueda de riquezas. Hay que estar en guardia, pues, y recelar de todos aquellos que busquen conciliar las enseñanzas de Jesús de Nazaret con los postulados de los nuevos doctores del mercado, pues esto no es sino un intento farisaico de santificar la riqueza, independientemente del uso que se haga de ella, como en su día hicieron los doctores de la ley al instituir el qorban [Mc 7,11]

Los nuevos guardianes de la ortodoxia,  los nuevos fariseos, consideran al ser humano un homo oeconomicus, un ser egoísta que establece su relación con los demás calculando los costes y beneficios que ésta ha de depararle, poniendo su razón y voluntad al servicio de éstos. Jesús de Nazaret, por el contrario, considera que aunque en el corazón del hombre habita el egoísmo, coexiste en lucha con la generosidad, y que el hombre ha de aplicar su razón y su voluntad para sacar de dentro el buen tesoro [Lc 6,43-45]. La parábola del buen samaritano creo que puede servir de ejemplo de lo que acabo de decir [Lc 10,25-37], aunque para los nuevos doctores de la ley, como apuntó Dickens en su momento, el buen samaritano fue sin duda un mal economista.

La visión economicista del ser humano permite considerar racional el comportamiento que se ajuste a ese patrón, y por tanto el estudio de este comportamiento se vuelve algo mensurable y predecible, es decir, científico. El ser humano deja de ser el fin último al servicio del cual se pone la teoría económica y pasa a considerarse un elemento más de la nueva ortodoxia: dentro de los factores productivos vendría a ser el capital humano; sujeto como el resto a las implacables leyes del mercado. Jesús de Nazaret, sin embargo, reprocha a los doctores de la ley su dureza de corazón que les impide ver, como en el episodio de la curación en sábado [Mc 3,1-6], que los preceptos de la Ley están al servicio del ser humano y no el ser humano al servicio de los preceptos [Lc 6,1-11]

Los nuevos doctores de la ley, como los antiguos, consideran que la acumulación de riqueza es la justa retribución al esfuerzo y la habilidad, de modo que la riqueza así obtenida es sinónimo de virtud. Para Jesús de Nazaret preocupación por la acumulación riquezas no solo no es una virtud, sino que es un impedimento para alcanzar la virtud verdadera. Baste recordar sus palabras tras encuentro con el joven rico [Mc 10,17-31]; el ejemplo de los pájaros que no cosechan o los lirios que no hilan [Mt 6,26-29]; o su severa advertencia: ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? [Mc 8,36] 

Del mismo modo que los antiguos escribas y fariseos se conformaban con la estricta observancia de la Ley, los nuevos consideran que basta con someterse a las reglas del juego para considerar justo el beneficio adquirido, pues sería absurdo someter a consideraciones morales el resultado de un proceso espontaneo, el mercado, en el que participan voluntariamente millones de seres humanos. Para Jesús no es tanto el modo como se obtengan las riquezas lo que determina su justicia, como el uso que se haga de ellas. Como sentencia tras la parábola del administrador astuto: Yo os digo que con el dinero mal adquirido os ganéis amigos, de modo que cuando se acabe, os reciban en la morada eterna [Lc 16,9]. Y en vista de que el mercado es un mecanismo tan complejo que rara vez puede decirse que la ganancia de uno no se haga a costa de la miseria de otros, nadie puede tener la certeza de que el suyo es un dinero enteramente honrado y quedar así exento de la necesidad de hacer amigos con él. En cualquier caso, es generosidad y misericordia lo que Jesús pide, no sacrificios [Mt 12,1-8].

Estando sentado en una ocasión Jesús de Nazaret en el monte de los Olivos, junto a sus discípulos, les advirtió: Surgirán muchos falsos profetas que engañarán a muchos. Y al crecer la iniquidad se enfriará el amor [Mt 24 11-12]. ¿No pertenecen a esta especie gran parte de los nuevos fariseos que se proclaman profetas de la libertad? Conviene en este punto recordar las palabras de Jesús sobre el camino a recorrer: Buscad el reino de Dios y su justicia, pues todo lo demás vendrá por añadidura [Lc 12,31]. ¿Por qué se empeñan estos teólogos de la liberalización en predicar que es la estricta observancia de la ortodoxia económica la que traerá  por añadidura el resto? Creo que nos sobran razones para concluir que esa pretendida libertad en la que basan sus enseñanzas no hunde sus raices en la verdad; en esa verdad que nos hará libres [Jn 8-31 ].